¿Proyecto fracasado o abandonado? Gestiona tu síndrome del explorador
Algunas personas llevan la aventura en su ADN. Para ellas, seguir dando pasos hacia delante es una necesidad. Además, la mejora continua tiene buena prensa. Nos permite adelantarnos al futuro, anticiparnos a los cambios y adaptarnos a ellos. Algo indispensable en la época que vivimos. Pero este hábito puede tener efectos secundarios indeseados, como la desidia que aflora cuando llevas años levantándote para mantener en pie un proyecto. El MISMO proyecto.
No puedes contar las horas en las que has llevado esa camiseta con el logo que tanto costó diseñar. Puede ser preciosa, pero tras años ha perdido su fuerza. Su capacidad para levantar tus ánimos. Aquel barco en el que un día te subiste con ilusión ya no te hace tilín. La razón, a veces, no es el proyecto, eres tú que ya no eres la misma persona que comenzó a remar en él. Porque cada vez necesitamos menos tiempo para que unos pocos años se conviertan en «demasiados».

Insatisfacción crónica
Hasta los equipos deportivos se cansan de sus propias aspiraciones. Entonces, la ilusión de los jugadores más jóvenes choca con la relajación de los veteranos. El equipo que lo gana todo se pregunta cómo hacer para mantener esas ganas arriba. Al mismo tiempo, cada año presentan nuevas equipaciones con las que sorprender a los aficionados. Con la esperanza de mantener esa sensación de que la nueva temporada es otra cosa. Un equipo distinto preparado para nuevos retos. Un «volver a empezar».
La razón es que nos gusta la novedad. No es de extrañar que las franquicias cambien sus uniformes, sus locales, sus logos… etc. Un lavado de cara no viene mal a nadie. Incluso conseguir que entren nuevas cabezas pensantes con ideas frescas en la organización. El cambio es positivo y a veces se torna, más que en una opción, en pura necesidad. Y esto es lo que ocurre a muchos emprendedores que, con el paso de los años, sienten que no tienen tanta energía para seguir con su proyecto como antes, porque la empresa que un día crearon ya no les enamora.

¿Sufres el síndrome del explorador?
Se ha dado un nombre a las secuelas de este anhelo por nuevas experiencias y aprendizajes. El síndrome del explorador es esa insatisfacción que sufre un perfil de personas aventureras: aquellas que son incapaces de dejar de aprender, que son atraídas por todo tipo de cuestiones y tienen una curiosidad infinita.
Si eres una de ellas, es posible que no te guste mucho identificarte con un puesto de trabajo concreto, con una etiqueta específica. Sí lo harás con vocaciones más generales. Del mismo modo, probablemente no tengas un puesto en una empresa en tu CV de más de 10 años de experiencia, frente a otras personas capaces de trabajar en el mismo toda una vida. Te gustan los retos y odias los trabajos rutinarios. Sientes cierta adicción por comenzar nuevos proyectos, por esa inestabilidad y por la sensación de adrenalina, al mismo tiempo que te aburres como una ostra cuando todo se estabiliza y va tirado. Te enfocas en todo lo que te podrías estar perdiendo en lugar de lo que tienes pues siempre estas buscando nuevas aventuras.
Los «culos inquietos» tienen muchas virtudes: son creativos, con capacidad de ver mucho más allá que el resto de personas, suelen tener puntos de vista enriquecidos por diversas experiencias y tienen una gran capacidad de adaptación, frente a otras personas que suelen hundirse ante los cambios del entorno.
Pero también cuentan con sus inconvenientes; como que sea fácil que se interesen por algo nuevo que les distraiga cuando aparezca un obstáculo muy complicado en su meta actual. Que prefieran emprender con algo distinto en lugar de perseverar en lo que han empezado. Así como la continua sensación de conflicto que sufren cuando tienen un rol con funciones muy definidas. O el contra de que, en ciertas circunstancias, su necesidad de tomar riesgos sea contraproducente para la estabilidad de un proyecto.

Cuando abandonar no es igual a cerrar
Por estas razones, puede que el explorador sea un individuo ideal para crear nuevos proyectos hasta estabilizarlos, para después pasar a otra nueva oportunidad de creación. Es lo que ocurre en algunas empresas grandes que contratan estos perfiles. Pero, por sus características, no es raro que esta persona sea emprendedora y responsable del proyecto que crea, incluso que trabaje «para sí misma». ¿Qué ocurre entonces?
Cuando exploramos las noticias sobre economía y el mundo del emprendimiento solemos dar con cifras desoladoras: como que el 47% de los autónomos fracasan al tercer año o que el 90% de las startupsdesaparezcan en el cuarto. Hay veces que el entorno es muy complicado o que la idea no está bien confeccionada. Cada caso es un mundo, pero lo cierto es que la mayoría de veces los emprendedores no están preparados.
Y en esta preparación se incluye también el cómo deberíamos afrontar el síndrome del explorador. Pues si gran parte de emprendedores tienen papeletas para sufrirlo, podría estar influyendo en las anteriores estadísticas. Bajo el paradigma del síndrome del explorador, la realidad es que los proyectos no fracasan, sino que se abandonan. Un cambio de lectura que apunta a un problema distinto: si el proyecto ya no nos apasiona, tendemos a dejarlo —a veces inconscientemente—. Si encima hay obstáculos complicados que necesitan fuerza y persistencia, que el emprendedor desapasionado se baje del carro es lo normal.
Así, también existe la situación en la que muchas personas mantienen un proyecto por no tirar por la borda todo lo que lucharon, lo mucho que les costó ponerlo en pie. Pierden energía poniéndola en algo para lo que no les quedan ganas. Y, aún cuando los abandonan, no terminan de cerrarlos convirtiéndolos en una carga que no les deja continuar con su carrera profesional.

Tres alternativas para afrontar el síndrome del explorador
¿Cómo superar los efectos de este «aburrimiento crónico»? Si nos conocemos lo suficiente como para reconocer que tenemos este síndrome, podemos prever que esto va a ocurrir (por mucho que nos parezca que no, al empezar algo nuevo y sentir las mariposillas en el estómago). Este autoconocimiento abre la posibilidad de no quedarnos atados a aquello que tanto queríamos y dar nuevos pasos en cuanto entremos en conflicto. Porque cuando nos aburramos de nuestro proyecto tenemos tres alternativas:
Echar el cierre, en lugar de abandonarlo y mantenerlo como un fantasma. Cerrar no siempre significa que el proyecto no funcione. Si la pasión se agota y ya no tenemos la chispa para mantener todo funcionando, dar el paso de cerrar es un acto de valientes. La decisión de acabar con una empresa no tiene por qué venir de una causa externa como siempre asumimos, sino que puede ser una decisión interna. Una elección liberadora. Porque lo peor es convertir tu empresa en una cárcel particular desde la que es imposible crear algo nuevo sin soltar lo anterior.

Reiniciar. Hay veces que no hay una alternativa clara que nos llame a apostar por una nueva aventura o que simplemente todavía queremos seguir con el proyecto. En este caso podemos realizar un cambio profundo en él. No hablamos de un simple cambio como un nuevo diseño para la página web. Se trata de una transformación. A modo metafórico; este proceso tiene que ser como el del mítico fénix, aquella ave mitológica que se moría quemándose para renacer de sus cenizas. Así, la empresa puede reiniciarse manteniendo cierta identidad, sin renunciar a su experiencia. Existen casos en los que incluso hay que cambiar de nombre. Porque reiniciar implica volver a crear algo nuevo, es algo más que poner una capa de maquillaje sobre lo anterior. Hay que dar una vuelta de tuerca al valor que se va a aportar. Tiene que tener ese olor a «nuevas aventuras» que te enamore.
Delegar. Cuando nuestro proyecto depende de nosotros, siempre existe el riesgo de que nosotros mismos seamos sus ejecutores. Parece mentira, pero siempre estamos mirando los riesgos y las amenazas del entorno, cuando lo más complicado es proteger el proyecto de uno mismo/a, de la persona que un día lo creó y lo dirige. Delegar puede ser la forma ideal de separarnos de nuestra obra. De que la empresa eche a volar sin nosotros. Cuando no depende de una única persona y se convierte en algo más grande, la responsabilidad es compartida. Ya no es una losa que recae sobre una alguien. Si consigues delegar tu proyecto, cuando necesites abandonarlo simplemente podrás dejarlo en manos de personas con el talento y las ganas que se merece.

Francisco V. Hernández Ramírez
@franvhdez