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Con el esfuerzo conseguirás sudar

Se nos inculca desde pequeños, más veces de las que nos gustaría reconocer, la idea de triunfar, de ser los mejores y de ganar: No importa si es en un talent show televisivo, en las actividades de un campamento de verano o en las clases y exámenes del colegio. No concebimos el juego sin premio y crecemos asociando el éxito con la cultura del esfuerzo y la competición; quizás estas sean algunas de las razones por las que el inconformismo tiene tan buena reputación hoy en día. 

Cuando estas semillas dan su fruto, el resultado es una sociedad compuesta por personas persiguiendo «zanahorias» que, cuando son alcanzadas, pierden su valor. Personas escondidas tras una máscara de éxito desde la que rendimos culto a lo que es valorado por otros para sentirnos valiosas, merecedoras y admiradas. Como si lo que conseguimos transfiriese valor a lo que somos.

esfuerzo

Cuando cesa el premio, cesa la tarea

Hemos actuado tantas veces movidos por premios y castigos que hemos olvidado lo que es hacer algo con sincero interés y verdadera curiosidad. Empezamos aprobando para ganarnos el permiso de nuestros padres para ir de vacaciones con los amigos y terminamos persiguiendo un puesto de trabajo que nos garantice el premio a fin de mes. Hemos normalizado hacer, trabajar y vivir a cambio un estímulo externo que lo justifique. Hemos construido una cultura en nombre del rendimiento y la tan anhelada productividad… y, como mantener este entramado es agotador, necesitamos mucho, mucho esfuerzo…

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Solo necesitamos comprobar cuales son los resultados cuando la recompensa no se encuentra fuera, sino en la propia acción en sí misma para ver cómo este modelo de pensamiento basado en premios y esfuerzo tiene fecha de caducidad. ¿Sabías que las personas motivadas intrínsecamente prefieren que lo que hacen tenga algo de dificultad y cierto nivel de creatividad?, ¿te sorprende que aquellos que actúan movidos por conseguir una recompensa elijan tareas fáciles con las que tengan más posibilidades de conseguirla? Recibir un premio como única motivación no solo nos hace menos productivos, ya que cuando cesa el premio, cesa la tarea; sino que además nos convierte en personas perezosas y egoístas, a todos nos cuesta ser más generosos cuando ganamos algo a base de sangre, sudor y lágrimas, que si lo hacemos de forma sencilla, natural y espontánea. 

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Y esto no es todo, se ha concluido que las recompensas esperadas y tangibles tienen un efecto destructivo sobre las tareas creativas. Estos resultados se extraen de un experimento (Amabile, 1985) que consistió en dividir a 72 escritores en tres grupos y pedirles que escribieran una poesía: un grupo fue recompensado por escribir, otro grupo recibió una lista de razones intrínsecas (como la satisfacción de autoexpresión o el disfrute de jugar con las palabras) y en un tercer grupo no se hizo ningún tipo de intervención. Posteriormente se solicitó a 12 poetas independientes que opinaran sobre las composiciones realizadas. Los resultados obtenidos indicaron que aquellos escritores a los que se les dio recompensa fueron menos creativos y escribieron versos de peor calidad. 

Sabios de medio metro

Llegada cierta edad intercambiamos nuestro disfraz de niño por el de persona adulta, madura y responsable que sabe qué es lo mejor en la vida. Es curioso que sea entonces cuando se nos olvidan las respuestas más valiosas. Por suerte, lograr algo de perspectiva está al alcance de todo aquel que se permita dejar de lado durante unos minutos su personaje de adulto sabelotodo, buscar al maestro o maestra más cercano, y observar.

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Cuando un niño baila y no ve la hora de terminar de hacerlo o cuando una niña dibuja y se le pasa el tiempo volando no encontramos rastro de esfuerzo o sacrificio alguno. Porque si algo es natural, no te esfuerzas. Así que si te ha pasado por la cabeza qué pasaría si dejáramos de esforzarnos, yo te devuelvo la pregunta: ¿qué pasaría si dejáramos de esforzarnos… y reemplazáramos el esfuerzo por la dedicación?

En el próximo artículo…

Como hemos visto, esfuerzo y dedicación no son sinónimos… y lo peor de todo es que a veces estamos tan metidos en el paradigma del esfuerzo que simplemente no podemos ver la diferencia. Escribimos minuciosas listas de tareas que hacer y cuando no las completamos pensamos «tendría que esforzarme más». ¿Te gustaría saber qué dicen las tareas pendientes sobre ti?

Lorena González de Arriba
@timefortalent

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